La muerte y los niños: 7 consejos para gestionar el duelo infantil

La muerte y los niños: 7 consejos para gestionar el duelo infantil

La pérdida de una persona querida es uno de los eventos más difíciles y dolorosos a los que nos podemos enfrentar, tanto en el caso de los adultos como en el caso de los niños y adolescentes. La búsqueda de ayuda y asesoramiento profesional puede ayudarte a llevar este proceso de una forma más fácil y constructiva, por lo que no dudes en pedirla si piensas que puede ser beneficiosa para ti y tu familia. Para un buen afrontamiento de ese tipo de situaciones, es necesario proceder de acuerdo con las capacidades y necesidades del niño, que no son muy diferentes a las de una persona adulta: sentirse respetada, querida e incluida.

“¿Qué vamos a hacer ahora?”, “¿Cómo se lo decimos?”, “¿Lo dejamos en casa de unos amigos durante el entierro?”, “Se ha ido de viaje, cariño”, “Está dormido”, “Es mejor que no le digamos nada para que no sufra”.

Cuando la muerte irrumpe en el ámbito familiar, se produce un cambio drástico en el sistema que hasta ahora había funcionado. Al dolor causado por la pérdida se suman toda una serie de inquietudes y preocupaciones sobre la mejor forma de actuar con los niños y jóvenes, ya que en esos momentos tan difíciles se deben tomar una serie de decisiones que pueden causar sufrimiento a nuestros hijos.

 

LA MUERTE: UN TEMA TABÚ

Nada es tan cercano al ser humano como la muerte, y sin embargo, en la mayoría de ocasiones no sabemos qué hacer con ella. En una sociedad tan pragmática e individualista como la nuestra, la muerte ha ido paulatinamente trasladándose al ámbito de lo privado, transformándose en un tema tabú que en la mayoría de ocasiones no se gestiona de forma adecuada, especialmente de cara a los miembros más jóvenes de la familia.

A la hora de abordar la muerte de un ser querido con nuestros hijos, hemos de reflexionar sobre la siguiente idea: ¿protegemos a nuestros hijos o nos autoprotegemos?

Los adultos, en general, deseamos evitar el sufrimiento de los niños a toda costa. Pocas cosas hay más dolorosas que la ausencia de una persona significativa y las circunstancias de sufrimiento que envuelven a este hecho (el proceso de enfermedad si lo ha habido, lo repentino o no del fallecimiento, las causas, etc.), por lo que este tipo de situaciones generan conductas de sobreprotección, mentiras bienintencionadas y ocultamiento de emociones.

 

LOS NIÑOS SON MÁS CAPACES DE LO QUE PENSAMOS

Muchas veces damos por sentado que los niños tienen menos capacidad para afrontar las situaciones difíciles que los adultos. Sin embargo, las características propias de la infancia (salvando las diferencias individuales de cada niño) que les invitan a explorar, a investigar, a relacionarse con otras personas, a abrirse a experiencias y a estar en el presente, les dotan de muchos recursos para manejar situaciones de pérdida y tristeza.

Nuestra responsabilidad para con ellos es brindarles experiencias en las que puedan experimentar con esa capacidad, para que crezcan emocionalmente fuertes y sepan por sus propias vivencias que sí pueden afrontar situaciones de dolor, fracaso y cambio sin desmoronarse, saliendo de dichas situaciones más fortalecidos. Esto lo conseguimos cuando les damos oportunidades de superación cuando las cosas van mal, si confiamos en ellos y les apoyamos recorriendo con ellos los caminos más duros.

Entonces, ¿debemos evitar el sufrimiento de nuestros hijos o no? Como padres, debemos proteger a nuestros hijos del sufrimiento injusto, innecesario, aquel que se ejerce del más fuerte sobre el más débil, aquel que deja en situaciones de desamparo al niño, aquel que infringe daños a nuestros hijos y que podemos y debemos, humanamente, evitar. Sin embargo, en la vida se producen situaciones que van acompañadas de forma natural de sufrimiento, el cual no podemos evitar de ninguna manera, y que no debe ser falsamente enmascarado sino acompañado del afecto, protección y cariño. Tal es el caso de la muerte de alguien significativo.

Un entorno protector no supone ocultar, mentir, excluir ni aislar, sino acompañar al niño en las situaciones difíciles, recorriendo juntos los diferentes estadios del sufrimiento, haciéndole entender que no está solo y que estando juntos se pueden superar los obstáculos y sinsabores naturales de la vida.

¿QUÉ PODEMOS HACER?

Los niños y adolescentes forman parte de la familia y por tanto, tienen derecho si así lo desean a participar de los momentos más importantes, que no tienen por qué ser siempre felices. Debemos tomarles en consideración, no para protegerlos, sino para incluirlos con sensibilidad y afecto en un proceso difícil por el que pasarán todas las personas involucradas en la pérdida. A continuación se ofrecen una serie de recomendaciones y estrategias para ayudar a los niños a elaborar un duelo sano y constructivo.

 

1. No mientas ni engañes sobre la pérdida

Las mentiras, especialmente las que se hacen para ocultar o tergiversar la muerte de una persona querida, no aguantan por mucho tiempo. Al descubrir la verdad, al dolor causado por la pérdida puede sumársele el de sentirse engañado o defraudado. Aunque se haya hecho con buena intención, los niños pueden sentirse aún más solos porque han sido engañados por personas significativas, en las que confía. Además, lejos de transmitir tranquilidad, las mentiras pueden originar confusión, falsas ilusiones o expectativas. Es conveniente, así pues, evitar expresiones del tipo “se ha ido de viaje”, o “está dormido”.

 

2. No ocultes tus propios sentimientos de duelo

Elaborar un duelo no es olvidar a la persona fallecida. Es un proceso que requiere su tiempo y que pasa por experimentar sentimientos desagradables que deben poder expresarse libremente para poder llegar a darle significado a la pérdida y poder integrarla de forma saludable en la propia vida. Hacer como si nada hubiese pasado es confundir al niño, que experimenta los sentimientos de dolor naturales en un entorno que no acoge esa experiencia emocional y en el cual, las personas más importantes para él, se muestran opacas e inaccesibles para comunicarse. Hablemos con ellos, expliquémosles si estamos bien o no y por qué, pongámosle nombre a lo que sentimos y no temamos expresar que echamos de menos a la persona fallecida.

 

3. Si el niño quiere, déjale participar en los rituales de despedida

Esta es una de las inquietudes más comunes que las familias expresan cuando se enfrentan a una situación de fallecimiento. De forma común se excluye a los niños de la participación en estos eventos, pero esto no siempre ha sido así: hasta hace algunos años los niños estaban presentes en el hogar del fallecido mientras se celebrar el velatorio o acudían al cementerio en los actos fúnebres. Entonces, ¿es conveniente o no que acuda al entierro/velatorio/funeral? Todo dependerá de lo que el niño desee. Si quiere participar, que lo haga de forma normalizada refuerza el sentimiento de pertenencia al grupo familiar, tan necesario en esos momentos difíciles. Estar presente en estos eventos le brinda al niño, si así lo desea, la oportunidad de decir adiós de forma significativa junto a sus seres queridos.

 

4. Respeta su propio ritmo

Al elaborar un duelo, cada persona pasa por un proceso personal que lleva un tiempo no estipulado. Esto quiere decir que a unas personas les llevará más tiempo que a otras aceptar la marcha de esa persona querida. Cuando ayudemos a nuestro hijo en este proceso, no nos pongamos a nosotros mismos de referencia, sino que aceptemos que les puede llevar más o menos tiempo que a nosotros darle significado a lo que ha ocurrido.

 

5. Deja que exprese sus propios sentimientos a su manera

Muchas veces los niños no saben expresar con palabras lo que sienten. Ayúdale, en la medida de lo posible, a encauzar toda esa emocionalidad de forma constructiva y significativa. Dale recursos verbales y no verbales para recuperarse en los momentos más bajos y no vetes su forma de expresarse: si alguna de esas formas es destructiva o peligrosa, trata de ofrecerle alternativas y mostrarte abierto para hablar y dar afecto.

 

6. Trata de volver a la rutina cuando estéis preparados

Es algo tremendamente difícil después de los primeros días tras el fallecimiento, que suponen un desajuste necesario en la rutina. Sin embargo, es recomendable volver en la medida de lo posible a la normalidad pasados unos días, ya queayudará al niño a sentirse más tranquilo, sereno y confiado, aceptando que la vida sigue a pesar de todo.

 

7. Coordínate con el colegio o instituto para que te ayuden a hacer un seguimiento del duelo de tu hijo

El entorno escolar es el segundo agente educativo más importante en la vida del niño, después de la familia. Los profesionales que allí trabajan, así como sus compañeros, son una parte muy significativa en su desarrollo. Comunicarte y coordinarte con los tutores, profesores y otras personas de la escuela puede ayudar a tu hijo a entender lo que ha pasado de una forma más constructiva, aprender a hablar de la muerte con valentía, tener información continua sobre su estado de ánimo y favorecer una experiencia muy enriquecedora para tu hijo y sus compañeros.

 

La pérdida de una persona querida es uno de los eventos más difíciles y dolorosos a los que nos podemos enfrentar, tanto en el caso de los adultos como en el caso de los niños y adolescentes. La búsqueda de ayuda y asesoramiento profesional puede ayudarte a llevar este proceso de una forma más fácil y constructiva, por lo que no dudes en pedirla si piensas que puede ser beneficiosa para ti y tu familia. Para un buen afrontamiento de ese tipo de situaciones, es necesario proceder de acuerdo con las capacidades y necesidades del niño, que no son muy diferentes a las de una persona adulta: sentirse respetada, querida e incluida.